Categorías
Blog

Gafas de Sol

  • Las primeras gafas de sol ni siquiera tenían cristales.

  • Cuando se los pusieron, no lo hicieron para proteger la vista, sino para poner cara de póker.

  • Existe la leyenda de que fueron muy populares en los últimos siglos debido a la sífilis, pero no es cierta.

  • El siglo XX es el que las catapultó al mundo, gracias a tres eventos sucesivos: Hollywood, un corte de pelo y la Segunda Guerra Mundial.

Sólo hay un complemento imprescindible en verano: las gafas de sol. Y no por moda, sino poque el sol daña la vista. Lo hace todo el año, cierto, pero en verano pasan dos cosas importantes. Hay más horas de luz y pasas más tiempo fuera de casa, expuesto a dos tipos de rayos ultravioleta que, a largo plazo, pueden dejarte sin vista.

Sin embargo, las gafas de sol no se empezaron a usar porque supiésemos esto. La luz visible del sol por sí sola ya se basta para que los seres humanos quisiéramos protegernos de ella con algo más que sombreros. Para no deslumbrarnos o no tener que usar nuestra única defensa natural, llevar los ojos entornados con fuerza. Y, durante bastantes siglos, ni siquiera se emplearon para defendernos del sol. Sino para molar.

1. Los inicios: evitar la ceguera al estilo esquimal / poner cara de póker en la China del siglo XII

De esa idea vienen las primeras “gafas” de sol de las que tenemos constancia. Que no tenían que ver con el verano, pero sí con la nieve. Las crearon las culturas árticas hace un par de milenios para evitar las quemaduras oculares que producía el reflejo del sol en la nieve. Y estaban talladas en hueso o asta, sin lente, pensadas para reducir la cantidad de luz que llegaba a nuestros ojos. Y sí, cumplían su función, aunque a cambio de sacrificar casi todo tu campo de vista y tener este aspecto paleofuturista que ya quisiera media población de Williamsburg.

Gafas para la nieve
Gafas para la nieve

En China decidieron inventar las cosas por su cuenta. Sabemos que desde principios del siglo XII de nuestra era -y es bastante posible que desde antes-, los tipos más chulos de la zona llevaban unos anteojos con cristales de cuarzo ahumado. Y no, no eran para protegerse del sol, sino para proyectar un aura de misterio y frialdad. Desde, que sepamos, el siglo XII. O, como contaba en los 60 el sinólogo Joseph Needhamen el Volumen 4 de su monumental ‘Ciencia y Civilización en China’:

“[Los jueces de] la Dinastía Song tenían dos tecnologías que podemos considerar antecesoras de las gafas actuales: el cristal de aumento y las gafas oscuras para ocultar los ojos. (…) Los jueces usaban estas gafas oscuras hechas de cuarzo ahumado no para protegerse del sol, como hacemos nosotros, sino para camuflar sus reacciones ante los litigantes al revisar las pruebas”.

Así era China en el siglo XII. ¿Acaso existe algo más molón que llegar 200 años antes que el resto al concepto gafas de sol y usarlas para poner cara de póker antes que para proteger la vista? Lo dudamos bastante. Por supuesto, la existencia de Marco Polo aceleró un poco las cosas. La idea de usar gafas tintadas penetró en terreno italiano y, a partir del siglo XIV, empezaron a extenderse por el resto de Europa.

2. El falso mito de la sífilis

Especialmente en Inglaterra, donde las teorías de los oftalmólogos de la época eran… Bueno, muy de hace cuatro o cinco siglos. Más de un “maestro artesano de anteojos” vendió el concepto de que las gafas verdes o azules ayudaban a ver mejor. Independientemente del sol, que no era un factor de peso porque ey, hablamos de Inglaterra.

Lo curioso es que hoy existe el mito más o menos asentado de que las gafas de sol tintadas se vendieron muchísimo entre los siglos XVI y XIX porque la sifílis hacía estragos, y uno de sus síntomas es la hipersensibilidad a la luz. Pero no: aquí revisan la literatura médica de la época para descubrir que el síntoma no figuraba entre los conocidos por los médicos. Y señalar, de paso, que las gafas eran algo bastante caro y sólo al alcance de unos pocos. Las hordas sifilíticas y pobres tenían preocupaciones mayores que comprarse unos anteojitos a lo John Lennon.

Durante los siglos XVII y XVIII la práctica se extendió, hasta el punto de que en 1750 se ofrecían las gafas de colores, especialmente las azules, para “aliviar el destello que producen las gafas ‘blancas’” y enfocar mejor. Algo que puede tener ciertos visos de verdad -el azul es un buen color para diferenciar objetos por su alto contraste- pero que, volviendo a lo de antes, en ningún momento se relacionaba con el sol. Drácula las llevaba para, de nuevo, molar. No porque fuera especialmente sensible a cosas ajenas a Winona Ryder.

Drácula usando Gafas de colores
Drácula usando Gafas de colores

Incluso ya en el siglo XIX, seguíamos sin tener pruebas de que las gafas de colores se recetasen a los sifilíticos. Aparte de que socialmente no parece buena idea llevar algo de colores llamativos en la cara que pueda leerse como “quien se acueste conmigo acabará ciego, loco y muerto”, pero esto ya es una teoría personal.

3. Hollywood, Irene Castle y la edad del plástico

Lo que si está más claro es que a principios del siglo XX las gafas oscuras se ponen de moda en el naciente Hollywood. ¿Para protegerse del sol de California? No ¿Para que las estrellas pasasen desapercibidas? No, porque por aquel entonces las gafas seguían siendo algo artesanal, algo escaso y ajeno al vulgo. Con lo que al ponerte unas llamaba la atención. La respuesta correcta es doble: el daño de los focos, y un señor que vendía cepillos hasta que Irene Castle se cortó el pelo.

Las luces de los primeros rodajes eran tan potentes que unas buenas gafas oscuras servían para ocultar la mirada llorosa y enrojecida que te dejaban. De paso, también protegían a los actores de aquellos flashes de los fotógrafos, que eran poco menos que fuegos artificiales de magnesio. El mismo material que utilizamos hoy para crear granadas aturdidoras, poca broma. Lo divertido es que ese afán de proteger la mirada puso de moda por primera vez las gafas de sol.

Gracias en parte a la iniciativa de un tipo llamado Sam Foster y a una superestrella de la época, la bailarina y actriz Irene Castle. Castle era un torbellino, un ideal femenino en una época en la que Hollywood era bastante más abierta que ahora. Ella y su marido Vernon revolucionaron a la sociedad reivindicando los bailes modernos y locos, la estruendosa música de los jóvenes y un largo etcétera. Que se acentúa en 1914 cuando Castle coge la tijera y se corta la melena en uno de los primeros «corte a lo chico» de los que tenemos constancia.

Gafas de sol en el cine
Gafas de sol en el cine

Pero Foster reaccionó rápido, y usó sus máquinas para vender otra cosa: gafas de sol de celuloide -ajá, gafas hechas del material de las propias películas- que jugasen con la idea del anonimato, sirviesen como complemento ultramoderno y reivindicasen el plástico como material noble. La jugada funcionó tan bien que, en 1929, su empresa Foster Grant empieza a producir las gafas en masa, para el gran público. La era del plástico había llegado para quedarse.

Fuente: Revistagq.com

Comparte si te ha gustado
Comparte si te ha gustado